jueves, julio 09, 2009

Caja Rapida

Que paso banda, mucho tiempo sin escribir, hoy les traigo una historia escrita por una amiga encubierta (es que dice que le da pena jajajaja) y no es por darselas a desear, pero esta larga la chingada historia, pero esta cool & nice, asi que ojala la disfruten.


Hace un par de años conocí a Antonio, un hombre de aparentes cuarenta años, que a pesar de su edad, era más excitante y atractivo que muchos chicos de mi edad; quizás lo que más me gustaba de el era esa sonrisa, la cual enmarcaba esa hilera de dientes perfectamente alineados y completamente blancos. Su cabello era negro y un poco largo, lo cual me decía que era un hombre rebelde, de esos que después de los cuarenta empiezan a sentirse como de veinte. De ojos color marrón, grandes y expresivos, con largas y rizadas pestañas. Su piel era más bien blanca, y en su rostro se podía divisar la aparición de algunas arrugas, que más que vejez querían decir: experiencia.

Experiencia es lo que siempre he buscado en un hombre, llegue a un punto de mi corta vida en la cual empecé a desechar la idea de salir con niños ridículos de mi edad. Me aburrían, o mejor icho eran demasiado reventados para mi gusto. Yo quería algo más tranquilo, que me diera seguridad y de una u otra manera, estabilidad. El era el hombre con el que dormía cada noche (al menos en mis mas recónditos y húmedos sueños) pero el, ni siquiera sabia que existía.

En ese entonces era una chica de diecisiete años, cabello rizado y castaño, ojos amielados y tez morena, de labios mordisqueables.

Un poco de mi historia cuenta que soy hija de un matrimonio con principios muy arraigados y esta de mas decir que si alguien hablaba de temas como la sexualidad o incluso un noviazgo era motivo para levantarnos muy temprano en domingo , bañarnos con agua muy helada y asistir a misa, así fuera junio o diciembre. Eso era solo un ejemplo de que tan persignados eran en casa, por eso pecar era mi pasión y por irónico que se escuche, creo que eso ocasiono que el morbo se despertara en mi a temprana edad. Iba en cuarto semestre de preparatoria, cuando me di cuenta de que algo no estaba bien en casa: mi padre había perdido su empleo y mi madre no sabia hacer otra cosa que no fuera cuidar de un hogar, así es que, como la mayor parte de las hijas me vi en la necesidad de salirme de la escuela y empezar a trabajar para ayudar a sustentar a la familia. Y así es como a mis diecisiete años pase a ser cajera de un super mercado ubicado en las cercanías de mi hogar.

Mi quinto día de trabajo transcurría normal, sin novedades aparentes, a excepción de que llovió como tenia mucho tiempo que no pasaba. Ese día llevaba una blusa con escote en v, lo que hacia que mis senos se vieran aparentemente mas grandes, un pantalón ajustado y a la cadera, que hacia mi trasero mas apetecible y un par de zapatos cómodos, por aquello de que una esta de pie todo el día.

Entonces llego Antonio, a quien podría considerar desde hace cuatro días atrás, mi cliente favorito, con su sonrisa enamora-tontas y una camisa que en cada movimiento se le marcaban sus brazos, brazos que siempre imagine que me acercaban a su dorso, mientras que con sus torneados muslos hurgaba en mi entrepierna. Deje de soñar y lo atendí con una amable sonrisa. El miro fijamente mis senos y me sonroje.

- Así que te llamas Andrea….dijo con voz ronca.
Y entonces me sentí tan tonta, realmente estupida porque en realidad me miraba fijamente para poder ver mi nombre….Asentí con la cabeza y prosiguió con esa voz fuerte, firme y varonil que tenia.

- Me llamo Antonio y sin el afán de ofenderte, me gustaría que aceptaras una invitación a tomar algo, un café quizás…. Con este tiempo, creo que nos caería muy bien….

No podía creer lo que mis oídos escuchaban: el, el hombre al que buscaba con la mirada, el que en mi basta imaginación me hacia suya una y otra vez, estaba invitándome a tomar un café. Mi corazón empezó a latir como nunca antes lo había hecho y mis manos me traicionaron y empezaron a sudar. En un instante tenia las manos tan mojadas como mis pantaletas.

- Salgo a las dos. Le dije en voz baja y sin mirarlo a los ojos.
- Entonces estaré aquí faltando cuarto para las dos.

Copio sus cosas y lo vi alejarse entre los anaqueles y el bullicio de las personas.

Mi compañera Susana, quien era mas perceptiva que bonita, pudo darse cuenta de lo que había ocurrido instantes atrás, tomo un pedazo de ticket y me lo mando con uno de los cerillos.

YA LA HICISTE ¡SUERTE!

Sin más, doblé el pedazo de ticket y lo metí en una de las bolsas traseras de mi pantalón, dirigí la mirada hacía ella y le guiñé un ojo, como diciéndole: Sí, ¡lo logré!

Era ya la una y media de la tarde, seguía lloviendo a cantaros y por un momento pensé que no iría, pero justo a la hora acordada lo vi bajarse de un BMW negro, con un paraguas en las manos, mientras caminaba a paso rápido hacía la entrada del centro comercial. Mi turnó terminó y yo subí apresurada por mis cosas. En realidad el café nunca me ha gustado, pero él sí, desde la primera vez que se cruzó en mi camino.

Íbamos caminando por el estacionamiento hacia su automóvil, caballerosamente abrió la puerta y yo me subí. Sentí su mirada penetrante posarse nuevamente sobre mi escote, solo que en ésta ocasión mi nombre ya no estaba a la vista. Rápidamente se apartó de mi lado y se apresuró a subir al coche.

- Y bien, ¿A dónde quieres ir? –preguntó.
- Dicen que el café que sirven cerca del parque es muy bueno…

Y escuchando música ochentera nos dirigimos a la cafetería que, como ya dije, esta muy cerca del parque. Se bajó, abrió mi puerta y me tomo de la mano. Cuando bajé, mi bolsa cayó al asfalto, y al mismo tiempo nos inclinamos para recogerla. Mi escote se prolongó un poco más y él se quedó estupefacto. Tomó el bolso, me lo devolvió y entramos a la cafetería.

- Un café americano para mi y para ella…
- Chocolate, por favor.

Encontramos una mesa un poco escondida en aquélla cafetería llena de personas, todas pidiendo lo mismo: algo para calentarse un poco de ése frío que se había soltado. Empezamos a platicar, y cuando él hablaba era como si estuviésemos los dos solos. Me platicó un poco de su trabajo, yo lo veía pero sin ponerle atención, solo imaginaba todas esas cosas que le podría hacer en tan solo un par de horas, poniendo como único límite las orillas de una cama.

Nos dieron nuestras respectivas bebidas, pero yo ya no necesitaba un chocolate caliente con crema batida y chispas de colores, con el calor que mi cuerpo despedía con solo verlo, sentir su aroma, el roce de sus manos con las mías, era mas que suficiente mi.

- ¿Nos vamos?
- Pero… pensé que nos quedaríamos aquí…
- Como gustes…

Se acomodó nuevamente en aquél sillón tapizado en piel, y yo me maldije: acababa de desperdiciar la posiblemente única oportunidad que tendría en toda la tarde de terminar en su cama, envuelta en sus sabanas y por supuesto sus brazos. Busqué desesperadamente un pretexto para poder decirle que nos fuéramos, pero mientras más con mas desesperación trataba de encontrar alguno, menos pensaba con claridad –Vamos Andrea, mira que eres lista… ¡piensa en algo! Cuando por inercia (o por lujuria acumulada), uno de mis pies se desnudó y empezó a acariciar lentamente su pierna… desde el pie hasta donde alcanzaba a tocar la punta de mis dedos. Pude sentir cómo su pantalón se ajustó un poco (o más bien mucho) y me pidió que nos fuéramos. Andrea, definitivamente eres inteligente, pensé.

Subimos nuevamente a su automóvil y se dirigió al norte de la ciudad, llegamos a un conjunto residencial y metió el carro a la cochera. Antes de bajar me tomó de la mano y me preguntó:

- ¿Estas segura de lo que vas a hacer?

Le respondí bajándome del auto y dirigiéndome hacía la puerta principal. Fue detrás de mí, abrió la puerta, me tomó por la cintura y empezó a besarme salvajemente, esa fue nuestra entrada triunfal. Los botones de su camisa a rayas quedaron dispersos por el suelo, mientras sentía sus manos estrujarme fuertemente las nalgas.

Acto seguido, ya estábamos recostados en un sillón de la sala. Desabrochó mi pantalón, introdujo una de sus manos y empezó a acariciar mi sexo con sus largos y delgados dedos mientras me daba pequeños pero fuertes mordiscos en el cuello. Con su otra mano, me quito la blusa y comenzó a acariciar mis senos y a darle unos esporádicos pellizcos en los pezones, los cuales delataban al instante, el grado de excitación al que había llegado.

Desabroché su cinturón y desabotoné el pantalón, cuando introduje la más traviesa de mis manos, palpé al instante diecinueve centímetros de carne que con ansias quería introducir en mi boca.

Él seguía jugando con mi clítoris, mientras me besaba el cuello y mordisqueaba mi oreja en intervalos de aproximadamente seis segundos. De pronto sentí que su lengua empezaba a bajar hasta que tuvo en su boca mis senos, besaba el derecho y después el izquierdo y yo, seguía palpando ese trozo de carne que tanto me había gustado.

Todo iba de maravilla, sentía tanta humedad entre mis piernas que hubiese deseado que me penetrara de golpe, y lo deseaba, pero de antemano sabía que quizás esa experiencia no se repetiría y no quería que terminara tan pronto.

Nos pusimos de pie y empezó a bajar mi pantalón, y quedó al aire una pequeña tanga roja con encaje negro. Ya estaba yo semidesnuda y él, muy caliente. Con una mano me tomó por la cintura, de golpe me volteó y entonces comenzó a besar mi nuca. Bajó poco a poco, besó mis hombros, y pasó su lengua justo por en medio de mi espalda… de arriba hacía abajo y de regreso, una y otra vez hasta que sentí una fuerte mordida en la nalga izquierda.

Me quitó por completo el pantalón, tenía el suyo en los pies y también se deshizo de él. Me puso nuevamente de frente a él, y terminó de desnudarme para entonces tomarme por la cabeza y dirigirla hacía su pene.

Posé mis labios sobre su miembro y empecé a chuparlo lentamente, a un ritmo lento pero constante, iba aumentando la velocidad poco a poco, hasta que sentí la punta en mi garganta… La saqué de mi boca, estaba llena de una extraña mezcla entre mi saliva y su semen, pasé la punta por toda mi boca, después mi lengua por el tronco, al mismo tiempo que con la yema de los dedos de mi mano, masajeaba sus testículos.

Me quitaba a ratos y me mantenía en cuclillas mientras observaba detenidamente ese líquido seminal que emanaba y me volvía loca al saborearlo. Antes de volver a introducirlo a mi boca, me tomó por la cintura, me levantó y llevó cargando a la mesa del comedor, que no se encontraba a más de diez pasos de la sala.

Estaba ahí, acostada sobre la mesa, mientras se inclinaba hacía mi vulva mojada. Rompió la diminuta prenda que me cubría, y la aventó hacía atrás. Sentí como su lengua jugueteaba con mi clítoris, mientras sus manos me apretujaban los muslos y los glúteos, un conjunto de caricias que jamás había experimentado antes. Mis gemidos cada vez se volvían más agudos, y poco a poco se fueron convirtiendo en gritos silenciosos, como cuando quieres gritar con todo lo que tienes, pero por la adrenalina se te escapa la voz.

Sentía su aliento caliente en la entrepierna y de golpe introdujo un par de dedos en mi dilatada vagina. Pude sentir cómo los metía y sacaba rápidamente, y aunque al principio fue brusco y experimenté un poco de dolor, después le encontré el gusto. Sacó los dedos mojados y los llevó directamente a mi boca, en donde los recibí y acogí con mis labios.

Me preguntó si estaba cómoda y me gustaba, entre gemidos y con la voz entrecortada le respondí que sí y él sin decir nada se puso de pie y puso su pene en la entrada de mi vagina. Jugueteó un poco y después la introdujo toda de un solo golpe.

Cuando la sentí adentro, experimenté una clase de orgasmo: mi cuerpo entumido, y escalofríos a lo largo de mis piernas, encogí los dedos de los pies. No era un orgasmo, pero amé esa sensación.

Puso mis piernas sobre sus hombros y seguía embistiéndome con tanta fuerza y rapidez que solo podía escuchar el golpeteo de sus testículos sobre mis glúteos y nuestros silenciosos gemidos. Se detuvo, pero seguía adentro de mi. Lo sacó muy lentamente y cuando ya estaba casi toda afuera, volvía a penetrar con fuerza. Hizo esto alrededor de tres ocasiones, a la cuarta clavé mis uñas en mis piernas, tan fuerte que no solo quedaron marcadas, sino que aparte salió un poco de sangre.

Nuevamente caímos en el sillón, solo que en ésta ocasión yo tenía el control: lo senté de un empujón, abrí mis piernas, tomé su miembro con una de mis manos y lo coloqué en mi abertura y en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba nuevamente dentro de mi. Mis senos en su cara, sus manos en mis nalgas, mi boca mordisqueándole el lóbulo de la oreja y mis manos recargadas en el respaldo del sillón para poder cabalgar con más facilidad. Mi rizado cabello ahora cubría mi cara llena de placer y caía sobre su espalda.

Pasados unos minutos, comencé a sentir un electrizante pero apaciguante calambre por todo mi cuerpo, y el de él parecía tener el mismo efecto. Me tomó por las caderas y con toda su fuerza me levantaba y volvía a sentar sobre su pene. Una y otra vez, la siguiente mas fuerte que la anterior.

Hasta que en un instante, no pudimos mas: el líquido expulsado de su cuerpo y el mío se hicieron uno solo, como si de una cascada de placer se tratara. Sentía dentro de mi cómo palpitaba su pene al expulsar torrentes de semen, y seguramente el sintió como mi vagina se contrajo al momento del orgasmo. Solté un pequeño grito de placer, mientras él me tapaba la boca con sus manos impregnadas con mi aroma.

Me levanté, y vi cómo sus diecinueve centímetros se convertían en diez, quizás menos. Había logrado dormir nuevamente a la bestia. Recogí mi ropa y mientras él me observaba me vestí. Me pidió que me sentara junto a él y como buena oveja que soy, obedecí. Me recosté sobre su hombro y besó mi frente al momento que me preguntaba:

- ¿Nos vamos?

Nuevamente sin contestar tomé mis cosas y me dirigí a la puerta. Esta vez no hubo entradas con besos desenfrenados, todo fue tranquilo y en silencio. Iban a dar las seis de la tarde y nos subimos nuevamente al auto, en donde aún seguían nuestras bebidas, solo que ya no estaban calientes, como si en nuestra ausencia el café americano y el chocolate hubieran tenido el mejor sexo de su corta vida, al igual que yo. Sonreí inevitablemente, y mientras recogía mi cabello él echó a andar su flamante BMW de regreso a la cafetería cercana al parque.

El día estaba húmedo y yo también; la diferencia es que esa tarde fue mío lo que tanto había deseado: su experiencia, su cuerpo, él; y el día… seguía húmedo.



Espero que les haya gustado mucho esta historia, si ya se que es muy diferente a lo que escribo pero pues asi hago tiempo pa poner algo mio, como siempre palomilla espero y comenten aunque sea mal jajaja, nos vemos hasta la proxima historia..... ah ah ah ke dijeron y como ya es costumbre la frase de final del blog que hoy dice mas o menos asi: Si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada.
 

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